La tarde estaba extremadamente calurosa. Para poder buscar algo de alivio, había estacionado el Austin Mini, bajo uno de los frondosos árboles del Parque Forestal. Luego de un clásico ruido de gas tratando de escaparse por los bordes de la tapa, compartíamos con mi porfesora de piano, una Sprite,en su nueva versión.
Un largo silencio precedió a su pregunta:
-Negro, decíme...vos crees que lo mataron no?...-
-Porsupuesto que si, me extraña como se demoraron tanto, si con otros fueron tan diligentes-
-Y vos que creés que va a suceder...va a quedar la grande no...?-
-No estoy tan seguro, este país tiene capacidad de asombro 0 , llevan años matando gente y aún hay tipos que dicen que es mentira...-
-Qué horror che...,como tan cara dura...-
-Así es...y esto va a seguir, si han descabezado todo, no van a parar...-
La noticia se desprendía del matutino de derecha, en grandes letras rojas. Al llegar a casa mi madre lloraba y mi padre estaba consternado, ambos habían votado por Frei, habían sido freistas toda su vida, como la mayoría de mis familiares. Mi padre, le sacaba los camiones a mi abuelo para la campaña de La Patria Jóven y con orgullo siempre contaba, como había realizado la mudanza del Presidente, en forma personal, destacando la sobriedad de todas las pertenencias del Presidente de Chile. Mi casa estaba llena de afiches y pancartas donde se leían las principales frases de campaña, junto a diversas fotografías.
Esa admiración tan grande que sentían mis padres, me llevaron a escuchar sus discursos y leer todo lo que había en torno a él.
Después del golpe de estado de 1973, todas las miradas se dirigían a Frei. Habían habido dos grandes conglomerados, liderados por dos grandes hombres. Uno era la Unidad Popular, encabezada por Salvador Allende y otro era la Democracia Cristina, liderada por Eduardo Frei.
Es más, ambos eran amigos, incluso Allende bromeaba a Frei, llamándolo por el teléfono, con un pañuelo sobre el auricular y haciendose pasar por el dueño del Teatro Caupolicán, para preguntarle como quería que pusieran la foto, si de frente a perfil. La trizadura de esta relación le costó la muerte a ambos y la tragedia para todo nuestro pueblo.
Mi padre siempre decía que Frei había ido a la Escuela Militar a hacerse cargo del país, luego del golpe, como presidente del senado, pero que Pinochet lo había devuelto a su casa, detenido. Nunca logré confirmar esa versión. Hasta que en el año 1980, un amigo me dice: Frei va a hablar en el Caupolicán, vamos?... No lo dudé ni un instante y nos coordinamos para asistir muy temprano y lograr una buena ubicación.
El acto en si, da como para otra entrada, pero en síntesis, era la primera gran manifestación popular, después del golpe. El Teatro estaba abarrotado, había cientos de personas, sin poder entrar, la policía reprimía duramente en la calles aledañas. En medio de gritos y consignas, entró Frei, con su mano levantada, saludando al público con la impronta de siempre. La gente comenzó a cantar la canción nacional y un estremecimiento, nos embargó a todos. Algo estaba comenzando, Pinochet debía caer, por el bien de Chile.
Frei comenzó su discurso entre gritos y vítores. Llegando a un momento donde el papel, no era necesario y el tono que adquirió su voz, fue la misma que poseían, los grandes líderes. Aquellos vericuetos sonoros, donde se comenzaban a escuchar, a los padres de la patria, a los lideres estudiantiles y sindicales, a los intelectuales y artistas, a los científicos y filósofos. Frei era un gran orador y tenía esa fuerza que solo poseen los grandes. El poder de convocatoria, mediante la idea, que se expresa en una forma, por todos reconocibles, como la voz de la autoridad moral, la voz del estadista, la voz del pensador.
"Con valentía...,por el bien de Chile".
Fueron sus últimas palabras, ese inolvidable día.
Salimos a la calle y fuimos duramente reprimidos,arrancamos por entre medio de las calles colindantes al Teatro y llegamos a pie, hasta mi casa.
Mi madre muy preocupada me preguntó: -Y?...como estuvo?...Yo tenía muchas ganas de ir, pero me da mucho miedo..-
-Excelente, muy, pero muy emocionante...-Aseveré.
-Ojalá que no pase nada malo- Me indicó.
Dos años más tarde, le dije: -esta vez, no te vas a quedar en casa, vamos, tenemos que luchar contra Pinochet-
Caminando llegamos hasta la Catedral de Santiago. Las puertas las habian cerrado y no podíamos entrar a ver la urna. Habían miles de personas.
Mi madre estaba muy emocionada. En ese instante llega Pinochet. Y todos, absolutamente todos, comenzamos a gritar: ¡¡Asesino, asesino!!...
Hoy, cuando han pasados 27 años y vuelvo a comprobar, que nuevamente tenía la razón. Esos gritos multitudinarios, a la cara del dictador, son la lápida que cargará por siempre en la historia de la humanidad.