Hace muchos días que no publicaba nada.
La razón, quizás está, en que no ha sido un proceso fácil.
Luego del primer estado de shock, en el cual había caído y la interminable angustia, primero por la espera de la intervención y luego por la necesidad de ver y recuperarse, me vino una especie de ansiedad por recuperar el tiempo perdido, a lo Marcel Proust, con la consecuente publicación, desde lo terapéutico a lo catártico.
Posteriormente a la impulsividad de "hacer", ante la imposibilidad de moverse, fotografiar, correr, en fin, hacer una vida normal. Vino un período de reflexión, de recapitulación, y en el lento transcurrir de las horas, comienzan a dar vueltas en la mente, los fragmentos de acciones y reacciones, desde lo profundo del ser.
Dentro de todas las cosas increíbles e insólitas que me han sucedido, desde que se me produjo el accidente ocular, está la siguiente anécdota, que de no mediar una testigo, sería parte de la ficción.
Eran cerca de las 7:30 Horas.,en la sala de espera, el servicio de urgencia, de aquel miércoles, en que supuestamente me ingresaban, al centro asistencial para realizar una operación en el ojo izquierdo, que posibilitara la recuperación de la visión.
Muy afectado, por la angustia del paso de las horas, sin poder ver y sin poder moverme, cualquier desplazamiento era todo un periplo de esfuerzo e incertidumbre.
Mientras esperábamos al médico, lentamente caminamos hasta los asientos de la sala de espera, al momento en que un perro tuerto se acerca hacia nosotros, con determinación.
Llegó haciéndose el amigo, con un muy buen olfato, que le valieron un par de galletas, que devoró mirándolas con un solo ojo.
Luego de saciar su apetito mañanero, se sentó y nos miramos, al momento en que pareció hacer un gesto, como indicando: "somos de los mismos".
Acto seguido, y en una clara muestra de solidaridad con mi situación, se ubicó a mis pies, cual fiel perro guardián.
Y ahí estaba yo, nuevamente como en la escena de una película sur realista, sentado en una posta de urgencia, tuerto, custodiado por un perro tuerto. Ni Buñuel, ni Dalí, lo habrian imaginado.
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