Marcel Duchamp 1912
Era una mañana algo fría, el sol se colaba por los altos cristales, de aquel edificio que había sido un convento de monjas. Los rayos, atravesaban en diagonal el espacio, para rebotar en un suelo, devenido en espejo, a punta de brillo y cera. Todo mármol, subi las escaleras casi corriendo. La hora de natación, se hacía sentir, en los músculos, al punto de hacer funcionar el cuerpo, sobre el cansancio. Ese estado donde logras, traspasar la barrera del cansancio.
La clase para mi era imperdible. La dictaba el maestro escultor en madera, Gaspár Galáz, en el Instituto de Estética de la Universidad Católica. Estábamos revisitando el arte contemporáneo, desde los impresionistas hasta la década de los ochenta.
Duchamp, me había cautivado, a tal manera que, conectado con Man Ray, estaba entregado a los elementos esenciales, del arte de vanguardia.
La primera vez que vi, el Desnudo descendiendo de una Escalera, fue impresionante. Me sedujo de inmediato.
Ella estaba ahí, había que ir descubriéndola, a fragmentos, a gotas de sudor. Y estaban sus senos, entre gasas, y estaba su pelo, y estaba su sexo. Toda fragmentada ella. Dispersa, algo loca, pero hermosa...fascinante. Ella, estaba completa, no faltaba ni un solo pedacito de piel. Estaba como un modelo para armar. Como en Rayuela, a fragmentos. Y solo había que amarla, pero antes, armarla en la retina. Y no solamente eso, ella estaba y estaba descendiendo una escalera, desnuda. Y en cada escalón se nos iba la vida. En cada instante de la retina, el movimiento generaba miles de espacios, donde ella, lo era todo. Abriendo las mañanas, con esas dos palabras mágicas. Ella, cerrando los crespúsculos, con silencios colgando en la distancia.
Carvajal Art 2010
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