Carvajal @rt 2010
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En un mundo, donde no se cree en nada, ni en nadie, como herencia de la postmodernidad, en la cual nos encontramos sumidos, referente clave en la caída de las utopías, es particularmente sorprendente, a lo menos, constatar que las fuerzas mágicas de la tierra, nos devuelven la fe, en aquello que creíamos imposible.
La experiencia, de los 33 mineros chilenos atrapados, al fondo de un pique, en una mina de oro y cobre, a 668 metros bajo la tierra, en medio del Desierto de Atacama, se transforma en un fenómeno colectivo, cuando se ponen a prueba, todas nuestras creencias y esperanzas. Hasta los agnósticos, ateos, escépticos, se emocionaron, la tarde del domingo, al escuchar las noticias, de que habían sido encontrados y estaban con vida. Gritando a voces: "esto es un milagro".
La gente sencilla, los humildes, trabajadores todos, se habían sentido representados, en un drama, que lo hacían propio, a partir de sus experiencias laborales y de vida. Experiencias aveces ingratas y dolorosas. El infortunio, en medio de la injusticia, de una nación, que se apresta a celebrar 200 años, de independencia y no ha sido capaz, de generar condiciones igualitarias, para su pueblo. Pueblo explotado, durante generaciones, en busca de oro y cobre, para satisfacer la codicia, de quienes en forma inhumana los someten, mediante la ignorancia y el desprecio por la vida humana.
Esa certeza de sentirse igual a otro, en la desgracia, movió a todo el país a manifestarse, en forma concreta, prestando ayuda y solidaridad. Y ahí, estaban nuevamente los pobres, junto a los pobres, emocionando a los más ricos y poderosos, que no pudieron quedarse de manos cruzadas, ante la evidencia de la gravedad, de lo ocurrido.
Y ahí estaban todos, sintiéndose partícipes, de una nación, de una historia de vejaciones, inaceptables en el siglo XXI, con la decisión de hacer cambios, que nos hagan merecedores, de un Bicentenario, en otras condiciones.
Ayer, cuando se estableció contacto con los mineros, vía telefónica, luego del saludo de los ministros, los mineros, como es su costumbre, muy parcos en sus palabras, manifestaron estar bien y luego de consultar por el estado de unos compañeros, que habían logrado salir, al momento del derrumbe, hicieron una pausa y comenzaron a cantar el himno nacional, desde el fondo de la tierra. Las gargantas se apretaron, los duros rostros, de los que estaban en la superficie, mineros en su mayoría, se quebraron, las lágrimas afloraron, en ojos desacostumbrados a manifestar, cualquier emoción. El himno patrio, emergía como paradigma, de una historia que se revitaliza, en la esperanza de una mayor humanidad. Que manifieste el imperio de la vida por sobre la muerte. La solidaridad por sobre la codicia. La unión por sobre la división. La alegría por sobre la tristeza. La felicidad por sobre el dolor.
Es en ese momento, cuando nos sentimos impelidos, a ser todos uno y gritar con fuerza: ¡ Viva Chile Mierda !.
Carvajal @rt 2010
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