Cuando uno es un imberbe y en palabras de Ramón Nuñez, como "perro nuevo", anda moviendo la cola, rechaza las instrucciones y los consejos, de quienes a punta de rigor, lo están formando en el difícil arte de la representación. Con los años, uno se da cuenta que sus maestros tenían razón. Que los ímpetus de la juventud, tienen ese valor, pero la mesura de la experiencia, aconseja otras cosas, sobre las cuales uno debe volver una y otra vez, hasta alcanzar la sabiduría.
Un día, ya avanzada la noche, la Sala 1, del Teatro de la Universidad Católica de Chile, estaba completamente vacía, no había función. Las butacas impecablemente limpias recibían la tenue luz de guardia, que hacía ver la sala, más grande que en otras ocasiones, pletórica de risas o lágrimas, o abarrotada de un público, enfervorizado aplaudiendo de pie.
Entramos sigilosamente, al templo de Dionisios, por el costado izquierdo, como de costumbre, en silencio y con un respeto que se desprendía de esa actitud, como si los sátiros estuviesen aguardando, detrás de las cortinas. Nos acercamos hacia el escenario, por una escalera de incendios, mediante la cual, alcanzamos la plataforma, que con leve inclinación, permitía una mejor visión desde distintos puntos del teatro. Afuera llovía copiosamente y los goterones se hacían sentir, con furia, sobre el techo de la sala, el silencio era sordo, la acústica absorbía toda reflexión de sonido, solo la lluvia se oía a lo lejos, interrumpida por nuestros pasos, que se allegaban al centro del escenario. Ramón paseó en silencio, como dando vueltas, cavilando, miró las butacas, las salas de los técnicos, luego miró hacia arriba, se detuvo, abrió los brazos, me miró y dijo: "Esta ha sido mi vida Carlos, toda mi vida la he vivido aquí, en esta sala, sobre este escenario, en este teatro". Hizo una leve pausa y continuó: " Y como decía MOLIERE, aquí me gustaría morir, arriba del escenario".
La lluvia parecía ser, la manifestación de una emoción que nos embargó a ambos. Yo no pude decir nada. Solo admirar a quien había sido mi maestro, mi colega y mi compañero de escena. Todo un honor para un principiante, que no se le secaba ni el ombligo y muy ufanado, decía bien fuerte, -soy actor, trabajo en el Teatro de la Universidad Católica y comparto escena con mi profesor: Ramón Nuñez-.
Hoy, cuando en la radio volvía a escucharse la voz de Ramón, mi mente viajó a esa noche de lluvia, para concluir que merecidamente, como nunca quizás, un premio viene a ser el regalo de los dioses, para un maestro que ha vivido, toda su vida en el teatro. De seguro, esta noche, los sátiros se estarán riendo detrás de las cortinas, esperando a que el bufón, vuelva a subirse al escenario nuevamente.