Normalmente cuando alabamos, las creaciones de los grandes del arte, poco nos detenemos, en el hecho de que esos artistas, no llegaron a serlo sólos. Al parecer, nadie ha podido lograrlo. Con un supuesto dialéctico, que nos desplaza, desde las categorías dicotómicas, del discurso, hasta la confabulación entre el Ying y el Yang, las relaciones amorosas, en torno al arte, permiten que uno y otro, se potencien, llegando a ser el famoso, la cara visible de un trabajo en conjunto, de una labor creativa, que va desde la cama a la máquina de escribir, de la cama a la cámara, de la cama al escenario, de la cama al atelier etc., etc. Es así, como estas figuras, que permanecen en una aparente segundo plano, son los puntales del creador. Son quienes lo reinventan, para nosotros, le dan el norte de sus vidas y los hacen plenos para la historia.
Carvajal Art 2010
De esta manera, Julio Cortázar, no existiría si no fuese por Carol Dunlop, su segunda esposa. Carol, es Julio Cortázar. Y Julio, solamente un señor que traduce unos escritos, mientras juega con la máquina de escribir, los tiempos y los espacios. Es Carol, quien en su profundo amor: Amor de locos, por cierto, nos transforma al señor de las traducciones, en el genio de la literatura latinoamericana. Es ella, quien se nos aparece detrás de las palabras y los versos, que trata de atrapar Julio, en cada respiro de cielo. Ella, que mira a través del lente a este señor, que más bien es un Cronopio. Ella, que amó a un gran hombre y que nos dejó como legado, a un eterno Cortázar.
Carol: gracias por amar tanto a Julio. ¿ Qué sería de los locos, como nosotros, sin el amor de Uds.?