Dentro de los marginados, están los home less, los sin casa. Es la precariedad de la existencia, que vive de desechos, de productos que fueron usados por otros y que les permite, sobrevivir, en el límite entre la vida y la muerte.
Construirse un refugio entre cartones y plásticos, hacerse de un carro que les permita recolectar cartones y venderlos, como parte del proceso de reciclaje, preparar alguna bazofia, que ahuyente el hambre y los mantenga ante el frío implacable de las, largas noches, de una ciudad que sigue a su propio ritmo. Son tareas, de una vida, que a ratos parece una continuación, de la pesadilla, de la vida. Una angustia constante que los acompaña, en la des afectación del efímero instante, de un tiempo estático. Un tiempo, que parece avanzar al interior, de una detención aparente.
Los personajes, de El Botero, transitan estos ámbitos. Seres que existen para ellos mismos, frente a una sociedad que los ignora. Que los desprecia, al punto de confundirlos, con el diseño de la ciudad. Seres que han dejado de ser hombres, más allá del sentido del género. De edades indefinidas, por ese mismo tiempo, que aparece detenido bajo el oscuro color, de su piel.
Estos seres solitarios, logran tener una percepción, tan radical como básica, del modelo social, que nos hemos dado, al punto de dejarlos fuera, hasta de las estadísticas. Modelos sociales, que a diferencia de otras épocas, donde permanecían extramuros, de la ciudad; permanecen al interior, pero sin participación alguna, en la interacción con el mundo real.
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