Y sucedió de repente que iba en moto, como el cuento de Cortázar, Boca abajo, y de repente, me morí, así de simple, sin preámbulos, sin protocolo, estaba yo, vestido solo de mí mismo ante la eternidad. Confuso aún, esperaba una respuesta, que atendiera a mi angustia y desconcierto. De pronto se presentó ante mí una voz que dijo: Tú eres el que ha venido desde lejos a consultar el Oráculo de Delfos?... Sí mi señor respondí casi de inmediato. La voz volvió a interrogar: Pues quienes de acompañan?. Nadie mi señor, respondí, con vergüenza. Pero cómo replicó la voz. Has venido solo ante esta instancia. Sí mi señor, respondí temeroso. La voz hizo una pausa, que me recordó a Chejov. Y luego prosiguió: ¿ Y donde están tus amigos?.Pues bien, proseguí, ocupados en sus menesteres, cuidando sus patrimonios y riqueza, comprando sus cosas del común vivir. La voz hizo otra pausa. Y continuó: ¿ Y dónde están tus hijos?. Repartidos por el mundo, mi señor, buscando sus caminos. La voz volvió de inmediato a preguntar: ¿ Y tu padre y tu madre? . En tus manos mi señor, abandonaron ya hace tiempo la vida. La voz volvió a hacer una larga pausa. Y continuó: ¿ Y tus hermanas?... No se nada de ellas hace mucho tiempo, mi señor aseveré con certeza. La voz volvió a hacer una larga pausa. Y aseveró continuó: ¿ Y dónde están tus mujeres?. Las que dijeron amarte. Pues bien mi señor, ninguna de ellas me acompaña. Unas se fueron por ignotos caminos. Otras duermen con otros hombres esta madrugada y el resto creo que me han olvidado. Pues me quieres decir, dijo la voz, que haz venido solo?. Asi es mi señor, nadie quiso acompañarme, en esta ocasión. Y vienes así vestido, de mala manera casi desnudo?, continuó severa la voz. Mil perdones mi señor, bajando la cabeza, continué. Es solo mi atuendo de trabajador pobre, que poseo para esta ocasión. La voz hizo esta vez una pausa que pareció eterna, a mis oídos. Pues bien, rompió el silencio de improviso. Haz superado la mayor de las pruebas. Aunque hay una pregunta que me falta: Qué dioses te acompañan?. Uno solo mi señor, a quien he sido fiel a pesar de la tribulación. Perfecto dijo la voz. Haz cumplido con todo lo que te hemos pedido. Así te hemos querido. Y así y te sostendremos. Hasta que la gloria del Olimpo, te sea entregada. Mantente atento a nuestros designios, que son nuestro gozo y la plenitud de tus días. La voz se alejó, rápidamente. Una potente luz me golpeó de improviso e inundado en un charco de sangre, una voz lejana se acercó diciéndome: ¿Qué te pasó?, estás mal, estas sangrando mucho, quieres que llame a emergencia?. No. Le respondí aún inconsciente, solo ayúdame a recuperar mis lentes. El hombre impresionado por la cantidad de sangre que emanaba de mi rostro y que había teñido de rojo hasta el pavimento, accedió a mi petición. Me subí a la moto sin ver y empapado en sangre me encaminé hacia la posta central de emergencia. Aún no sabía si estaba vivo o muerto. Pero lo que si sabía es que el destino de mi vida no lo manejaba yo. Los dioses habían hablado.