El pasillo estaba iluminado, por las luces de tungsteno que se reflejaban, sobre el piso. Las bancas a manera de asientos, se hacían interminables, en ese corredor sin fin. Pocas personas circulaban y solo los familiares, permanecíamos a la espera, a la espera de algo, que nos sacase a todos de ahí. Los segundos se hacían eternos, entre los ecos, de puertas que se abrían lejanas. Los recuerdos se sucedían, unos tras otros, en una mezcla confusa, que no daba orden alguno, a una secuencia azarosa, a modo de collage. Yo había sido el primero en entrar, como siempre, a la sala, donde se repartían las camillas, entre máquinas e implementos médicos, que te aterrizaban, a un lugar donde el silencio era interceptado, por los sonidos, que emergían de ellas. El respirador mecánico, marcaba el pulso, de un tiempo eterno. Las personas de los lados, habían ido abandonando este mundo uno a uno, cada día con una nueva ausencia. Una fuerte intuición se dejó caer sobre las plegarias, que soterradamente, se dejaban escapar de mis labios. Salí, al corredor con la plena conciencia de quien regresa del purgatorio, a una medianía entre la vida y la muerte. Me dejé caer en el asiento, con un fuerte dolor de cabeza. En pocos segundos, comencé a sentirme muy mal. El cerebro, parecía estallar y el lado derecho de mi cuerpo comenzó a encogerse, y a mostrar, claros signos de alteración. Los nervios, comenzaron a transformarse, en angustia y el dolor de cabeza, en una bomba a punto de estallar. Pálido y sudando frío, me levantaron, casi inconsciente, por el corredor, en busca de alguna enfermera, que me pudiese atender. No había nadie, casi todos se habían retirado. Por una puerta accedimos a una sala que decía: recuperación intensiva. Casi desmayado, me subieron a una camilla, dos enfermeras, me desnudaron rápidamente, al momento que comenzaban a hacerme un electro cardiograma, mientras me tomaban el pulso y decidieron inyectarme, medicamentos para controlar, una peligrosa alza de presión. En cosa de segundos comencé a perder la conciencia, hasta entrar en un estado semi hipnótico. Donde se tiene la percepción de estar viviendo un sueño, donde se está mas muerto que vivo. Muchos de los que ahí estaban, me hablaban, para que no aflojase y me mantuviese despierto, pero ya no podía hablar, la sedación era total. Apagaron la luz, en un momento en que no sentía nada, mi cuerpo era algo ajeno. Una leve sección, de mi cerebro quedaba en vigilia, hasta que sin darme cuenta, me abandoné al sueño. En ese instante, comencé a sentir una placidez, de quien no siente dolor alguno. Una especie de paz, de tranquilidad, lejos de la angustia que me había llevado hasta ahí. No hacía frío, pero igual sentí abrirse la puerta, era incapaz de abrir los ojos, para saber quien se acercaba. No hubo ni un solo sonido. El silencio era sordo, como una sala de grabación. Un leve movimiento, me hizo percibir, que alguien dejaba caer suavemente una manta sobre mis pies y en mi estado de inconsciencia, recordé cuando era niño y destapado me había quedado dormido sobre la cama. Al momento que mi padre, pasaba y me tapaba con alguna frazada. Perdí la noción del tiempo. Hasta cuando se acercó la enfermera y me sacó, de improviso de mi sopor. Despiértese, -me dijo-, su papá, necesita que lo vaya a vestir.
Aún completamente sedado, me incorporé sobre la camilla. Un frío polar, el frío de la muerte, me calo hondo. Mi ropa de abrigo no estaba y sólo en camisa, atravesé el ventanal. En una penumbra, que me acompañó por un camino, de interminables laberintos hospitalarios. Alguien me paso la chaqueta de mi padre y me la puse sobre los hombros. Hasta que llegamos a una puerta, que demoró eternos minutos en abrirse. Cuando pude entrar, me di cuenta, que la vida había cumplido un ciclo. Que ya todo había sucedido. Y entre lágrimas que me inundaron, por dentro, recién tuve la certeza, de que TU, ya habías partido.
In Memoriam:
Carlos Francisco Carvajal
4 oct 1933- 3 jul 2006
Carvajal Art 2010