Después de sufrir, una de las mayores catástrofes en nuestra historia, de la conjunción de un terremoto y un tsumani, uno se queda en estado de shock. Cuan más, cuan menos, todo, absolutamente todo es impactante.
Desde el dolor de los cercanos, al dolor de los lejanos en la T.V.
Una tragedia, que como todo gran clásico, se va desarrollando por actos. Concatenados por el misterio del dolor, de la pérdida, del terror, de la incertidumbre, del miedo, por nombrar solo alguno de los estados anímicos, o sensaciones, que lo inundan todo, durante y posterior a la tragedia.
Originalmente, esta entrada iba a ser parte de una trilogía, que se llamaba: LAS PALABRAS NO EXISTEN: SOLO LOS SILENCIOS. Pero la tragedia en la consecución de sus actos, nos materializó, la frase. Hay momentos en los cuales, solo existe el silencio. No es posible contener en una palabra, todo el sufrimiento de una cantidad enorme de personas, de distintos estratos sociales, distintas creencias religiosas, distintos niveles culturales, enfrentado a una tragedia, que los alcanza a todos por igual. La precariedad de la existencia, puesta a prueba frente a la desgracia. La fortaleza interior, como único eje posible, sobre el cual reconstruir.
Dentro de los miles de testimonios, fotografías, vídeos, entrevistas que se han sucedido, a través de los medios de comunicación; me ha llamado particularmente la atención, ciertos fragmentos de reportajes o despachos periodísticos, donde las personas recorrían sus pueblos en el suelo, en busca de algo que les pudiera, satisfacer su necesidad de pertenencia. Pertenencia a un tiempo y a un espacio, en medio del caos, luego de la destrucción total, de sus viviendas.
Las personas vagaban como zombies, tratando de recuperar cualquier cosa que les sirviera para sobrevivir. Pero había algo que ellos valoraban, con emoción, en su búsqueda del rescate de una identidad, en busca de pertenencia: sus fotografías.
Las fotografías familiares, anecdóticas, eran lo único, que les permitía, reconocer, una pertenencia, a un tiempo y a un espacio determinado. Un tiempo congelado, en una imagen, de un espacio reconocible. Un tiempo eterno, antes de la tragedia, que supera al tiempo. Lo único que les quedaba reconocible, eran las fotografías. Ante la inmensidad de la energía disipada, como parte de un fenómeno que cambia el eje de la tierra, todo se replantea, en términos de la inmediatez de la existencia. De la precariedad de aquello que consideramos sólido, indestructible. De aquello que creíamos que era, solo queda una fotografía, salada, como el mar que se la llevó y la devolvió, junto a los cuerpos que le dieron vida. En ese tiempo y en ese espacio, que ya no existen.
Carvajal Art 2010