miércoles, octubre 14, 2009
martes, octubre 13, 2009
El Hombre y Su Perro
viernes, octubre 09, 2009
En el Café Brasil
Junto a, Patricio Parra y la escritora, ganadora del concurso Santiago en 100 palabras: Leticia Parra. Fotografía gentileza Familia Parra Paz.
jueves, septiembre 24, 2009
El Hiper Realismo como Vanguardia
Como parte del currículum de la Escuela de Teatro, teníamos que montar una escena, de alguna obra del Teatro Chileno. Mis compañeros se comenzaron a mirar las caras, mientras yo, ya tenía el nombre en mente.
Siendo aún unos adolescentes íbamos regularmente al teatro y entre las salas que visitábamos estaba, la sala de Teatro La Comedia, cuyos integrantes provenientes del Teatro de Ensayo, habían formado el ICTUS y montado una serie de obras, como fruto de la llamada creación colectiva. Roberto tenía una grabadora de carrete marca Grundig que era más portátil que la Phillips Norelco, que tenía yo, que era un verdadero mueble. Nos acercamos a los actores Jaime Vadell y Nissim Sharim y les preguntamos si era posible grabar la obra, por ese entonces el vídeo era privilegio de los canales de televisión. Nos concentramos en ver la obra, para poder grabar el audio, por partes y luego realizar el montaje, que se hacía a mano, en una maquinita, que servía para empalmar, las inolvidables cintas BASF. Las cuales eran escuchadas una y otra vez, provocando el deleite de nuestras familias.
Cuando hubo que buscar el texto, no lo pensé dos veces, la obra escogida, debía ser: Pedro Juan y Diego, ya que me la sabía de memoria y la escena, debería ser: La Carta.
El ICTUS había realizado una verdadera transformación de la sala, en una construcción, donde ocurría la comedia, con andamios, tablones, tierra, arena y grandes piedras, llamadas bolones. Los actores realizaban la acción física real, de cualquier obrero, puestos en esa situación, de tener que construir una larga muralla, llamada: pirca. Esto había generado un gran impacto en la época, de manera que los actores accionaban los elementos en forma real, acercando el montaje al hiper realismo.
Siguiendo esa idea, mi propuesta era intervenir la sala 2 de la Escuela de Teatro de la Universidad Católica, llenándola de arena completamente, teniendo una batea en el escenario, junto a un arnero y todas las herramientas, que normalmente se ocupan en estas faenas.
Remigio y Rodrigo, me miraron con desconcierto.
-No creemos que lo autoricen-, sentenciaron fatalmente.
-Déjenmelo a mi, yo voy a hablar con el profesor-, les dije alejándome.
Me dirigí a conversar con él, planteándole, la necesidad de cubrir totalmente de arena la sala y realizar una "mezcla" de cemento, sobre el escenario, para darle mayor realismo a la escena.
-¿Y tu sabes hacer eso?, me espetó, el profesor Nuñez.
-Porsupuesto-, le dije. -Es más, yo voy a hacer al maestro Pedro-, acoté.
-Perfecto-, me dijo el profesor, -...pero con una condición...-
-¿Cuál?-, pregunté apurado.
-Que no quede ni un solo grano de arena, en la sala-, sentenció.
-OK-, le contesté, - no hay problema, yo me encargo de eso-, terminé diciendo.
La obra se ensayó en la sala vacía y posteriormente, me conseguí unas palas y unas carretillas, para trasladar la arena que se encontraba en la parte posterior de la Universidad. Ya habíamos dejado crecer unos bigotes, que recortábamos a "lo maestro", que hacían reír a carcajadas a Ramón, quien nos decía a lo lejos:
-¡ ¿ Cómo están los maestros ? !...-
Nosotros con guantes en las manos, llevábamos varias horas acarreando arena, casi extenuados, tratando de mover unos tablones, que venían a complementar los elementos de la puesta en escena.
La muestra, provocó muchas risas y nos dejó muy satisfechos, no solo porque habíamos logrado transmitir el espíritu de la obra, creada en la década de los 70, sino que habíamos podido hacer confluir dos aspectos muy interesantes, por un lado una montaje absolutamente realista, en la construcción de los personajes y una performance, cercana a la intervención plástica del espacio escenográfico, donde el hiper realismo, era la verdadera vanguardia del momento, similar a lo que estaba haciendo Claudio Bravo, en la pintura.
A mi me llenó de orgullo, las notas que me colocó la comisión, que fueron excelentes.
El asunto siguiente fue, conseguirse una aspiradora con mi madre y junto a la pala y escoba, recoger hasta el último grano de arena presente en el suelo.
El esfuerzo fue notable y mientras caminaba a casa, pensaba que nada de esto hubiese sido posible, sin la experimentada mano de director, de nuestro profesor y maestro: Ramón Nuñez.
Siendo aún unos adolescentes íbamos regularmente al teatro y entre las salas que visitábamos estaba, la sala de Teatro La Comedia, cuyos integrantes provenientes del Teatro de Ensayo, habían formado el ICTUS y montado una serie de obras, como fruto de la llamada creación colectiva. Roberto tenía una grabadora de carrete marca Grundig que era más portátil que la Phillips Norelco, que tenía yo, que era un verdadero mueble. Nos acercamos a los actores Jaime Vadell y Nissim Sharim y les preguntamos si era posible grabar la obra, por ese entonces el vídeo era privilegio de los canales de televisión. Nos concentramos en ver la obra, para poder grabar el audio, por partes y luego realizar el montaje, que se hacía a mano, en una maquinita, que servía para empalmar, las inolvidables cintas BASF. Las cuales eran escuchadas una y otra vez, provocando el deleite de nuestras familias.
Cuando hubo que buscar el texto, no lo pensé dos veces, la obra escogida, debía ser: Pedro Juan y Diego, ya que me la sabía de memoria y la escena, debería ser: La Carta.
El ICTUS había realizado una verdadera transformación de la sala, en una construcción, donde ocurría la comedia, con andamios, tablones, tierra, arena y grandes piedras, llamadas bolones. Los actores realizaban la acción física real, de cualquier obrero, puestos en esa situación, de tener que construir una larga muralla, llamada: pirca. Esto había generado un gran impacto en la época, de manera que los actores accionaban los elementos en forma real, acercando el montaje al hiper realismo.
Siguiendo esa idea, mi propuesta era intervenir la sala 2 de la Escuela de Teatro de la Universidad Católica, llenándola de arena completamente, teniendo una batea en el escenario, junto a un arnero y todas las herramientas, que normalmente se ocupan en estas faenas.
Remigio y Rodrigo, me miraron con desconcierto.
-No creemos que lo autoricen-, sentenciaron fatalmente.
-Déjenmelo a mi, yo voy a hablar con el profesor-, les dije alejándome.
Me dirigí a conversar con él, planteándole, la necesidad de cubrir totalmente de arena la sala y realizar una "mezcla" de cemento, sobre el escenario, para darle mayor realismo a la escena.
-¿Y tu sabes hacer eso?, me espetó, el profesor Nuñez.
-Porsupuesto-, le dije. -Es más, yo voy a hacer al maestro Pedro-, acoté.
-Perfecto-, me dijo el profesor, -...pero con una condición...-
-¿Cuál?-, pregunté apurado.
-Que no quede ni un solo grano de arena, en la sala-, sentenció.
-OK-, le contesté, - no hay problema, yo me encargo de eso-, terminé diciendo.
La obra se ensayó en la sala vacía y posteriormente, me conseguí unas palas y unas carretillas, para trasladar la arena que se encontraba en la parte posterior de la Universidad. Ya habíamos dejado crecer unos bigotes, que recortábamos a "lo maestro", que hacían reír a carcajadas a Ramón, quien nos decía a lo lejos:
-¡ ¿ Cómo están los maestros ? !...-
Nosotros con guantes en las manos, llevábamos varias horas acarreando arena, casi extenuados, tratando de mover unos tablones, que venían a complementar los elementos de la puesta en escena.
La muestra, provocó muchas risas y nos dejó muy satisfechos, no solo porque habíamos logrado transmitir el espíritu de la obra, creada en la década de los 70, sino que habíamos podido hacer confluir dos aspectos muy interesantes, por un lado una montaje absolutamente realista, en la construcción de los personajes y una performance, cercana a la intervención plástica del espacio escenográfico, donde el hiper realismo, era la verdadera vanguardia del momento, similar a lo que estaba haciendo Claudio Bravo, en la pintura.
A mi me llenó de orgullo, las notas que me colocó la comisión, que fueron excelentes.
El asunto siguiente fue, conseguirse una aspiradora con mi madre y junto a la pala y escoba, recoger hasta el último grano de arena presente en el suelo.
El esfuerzo fue notable y mientras caminaba a casa, pensaba que nada de esto hubiese sido posible, sin la experimentada mano de director, de nuestro profesor y maestro: Ramón Nuñez.
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Ramón Nuñez
miércoles, septiembre 09, 2009
Ramón Nuñez Villarroel: Actor y no Payaso
La tarde se venía calurosa. La canícula arreciaba sobre el techo de plástico, que cubría el corredor que iba a los baños, mientras disfrutábamos de mojarnos el pelo y la nuca, con el agua de los surtidores, que habían en la parte exterior de los lavabos. La excitación era máxima, íbamos a salir, en dirección al teatro, para lo cual el colegio, de los Hermanos Maristas: el Instituto Alonso de Ercilla, disponía de sendas micros Ford, con carrocería Canadiense, muy largas y de interminables asientos, con ventanas que se abrían, con un sistema que bien podía cortarte un dedo, si distraidamente, bajaba de improviso.
La rutina indicaba que había que formarse por estatura, dejándome casi siempre muy cerca del final, de la interminable fila, lo que me ubicaba, por lo general, al fondo de la micro. Los profesores de "Castellano", como se le llama a la asignatura, por aquel entonces, hacían denodados esfuerzos por incentivarnos el gusto y el amor, por las distintas disciplinas artísticas, dentro de las cuales se encontraba el teatro; contábamos para tal efecto, con una sala, que llamábamos " Salón Audiovisual", donde exibíamos, películas y hacíamos obras de teatro, ya desde muy pequeños. El solo hecho de salir del colegio, aunque fuera por unas horas, era una especie de liberación, de todas las reglas hasta ese momento inflexibles, y que por arte de magia, se volvían difusas, en medio del tumulto, la alegría y el jolgorio.
Con cierta prisa, como si la función estuviese a punto de comenzar y nos fuésemos a quedar afuera, enfilamos hacia la Plaza Ñuñoa. El camino estubo matizado de cantos y juegos de scout, de manera de mantener controlada a tanta cantidad de niños y jóvenes, sobre estimulados, por la ansiedad de la aventura.
La micro estacionó frente al número 26 de la calle Jorge Washingtón, era el Teatro Dante, (actual Teatro de la Universidad Católica de Chile), al cual llegué por primera vez, aún siendo un adolescente de 15 años, desde cuya marquesina, colgaban grandes carteles, que anunciaban el título de la obra: Arauco Domado, de Lope de Vega.
Como era de esperar, no todos manifestaban su inclinación por las artes de la representación y el solo hecho de tener que hacer una prueba escrita, sobre la obra, esfumaban las ganas de atender y disponerse a ver un magno espectáculo.
El Teatro Dante era un elefante gris, enorme y obscuro, carente de tratamiento acústico, con aspecto más de cine, que de teatro, con grandes impedimentos de visión, hacia el escenario tanto desde la platea como de la galería, donde quedé ubicado, ya que, los otros cursos menores, habían acaparado las primeras filas.
Los cuchicheos, las risas y los interminables, llamados de atención de los profesores e inspectores, a mantener la compostura y el silencio, mediante la calma y el sofocine, lograban todo lo contrario en la joven audiencia, que venía a divertirse y hacer desorden, como se le llamaba, a la falta de educación, ante eventos de esta naturaleza.
Las luces se fueron apagando de a poco, en la medida que una gran algarabía, inundaba los rincones del viejo teatro, sumiéndonos en una completa obscuridad, que daría paso a un incierto murmullo, tratando de ver en la penumbra.
La obra comenzó ante nuestros ojos, con inusitada fuerza, la cual, daba cuenta, de la temática de un pueblo, que luchaba, con tenacidad contra el conquistador español. La poca costumbre de algunos en el público, de ver obras antiguas, comenzó a hacerlos perder la paciencia, ante un lenguaje, que les resultaba tan extraño como distante.
Abajo bien lejos, desde donde me encontraba, los actores hacían notables esfuerzos por cautivar a la audiencia y tratar de a lo menos, lograr que mantuviesen silencio. Algo me hizo presagiar un trágico final. El público se comportaba como los indígenas de la obra, algo había reestimulado en ellos, su sangre mapuche y tanto en los sonidos, como las exclamaciones, tenían un parecido ancestral, que se negaba a compartir tanto el lenguaje, como su significado.
El ruido, lejos de disminuir, fue subiendo, los actores hacían largas pausas, entre las cuales costaba distinguir los textos, a lo que se agregaban, las voces de los profesores que hacían callar a los alumnos, mientras los inspectores, amenazaban, con anotaciones en conducta, castigo y hasta suspenciones. Entre medio de ellos, yo trataba de entender, lo que los actores decían y de ver, ajustándome los lentes, para no perderme detalle, por sobre las cabezas de quienes ya no podían mantenerse sentados.
El asunto se volvió crítico, cuando al protagonista, deciden cortarle las manos. Entrando por el costado izquierdo del escenario, (su costado favorito), el actor gritaba despavorido, los textos, que en medio de la sangre que manaba de sus destrozadas muñecas, nos hablaba de una tragedia, sin parangón, en lo visto por nosotros hasta ese momento. A los gritos del actor, comenzaron a superponerse los alaridos y aullidos, del público, que dada lo violenta de la escena, arremetía con fuerza contra los actores, que representaban a los españoles.
En medio de ese ambiente, el protagonista, hace un gran desplazamiento, se para en su rincón, levanta sus brazos, ya sin manos, mira al público y cuando toda la espectación, indica que va a decir un texto vital, para desarrollo de la trama; hace unos gestos con la cara, como de dios furibundo y grita con potente voz:
-" ¡¡... Esto es un Teatro, no es un circo...Y yo soy un actor, no un payaso!!!! ".-
Acto seguido, se saca los muñones que tenía por brazos, los hace estrellar con furia, en el suelo del escenario, se saca el resto del vestuario, al momento, en que indignado, hace mutis por el foro y abandona la escena, dejando inconclusa la representación.
Gran impacto me causó, el imprevisto incidente que dejó la función a medio camino. A punto tal, de cautivarme la idea, de dejar de ser el payaso del curso, para pensar seriamente en transformarme en actor. Era definitivo, me había enamorado del teatro. Eso es lo que quería hacer, en mi vida.
Al día siguiente, cuando contestaba las preguntas en clase, respecto a lo visto. Escribí, que no sabía en que terminaba la obra, pero que si, me había impresionado, la dignidad, el arrojo, la valentía y el amor, con que el actor, protagonista, había defendido su oficio. Y que por tanto, lo único que recordaba, era su nombre: Ramón Nuñez.
martes, septiembre 08, 2009
Ramón Nuñez Villaroel:La risa de los sátiros
Cuando uno es un imberbe y en palabras de Ramón Nuñez, como "perro nuevo", anda moviendo la cola, rechaza las instrucciones y los consejos, de quienes a punta de rigor, lo están formando en el difícil arte de la representación. Con los años, uno se da cuenta que sus maestros tenían razón. Que los ímpetus de la juventud, tienen ese valor, pero la mesura de la experiencia, aconseja otras cosas, sobre las cuales uno debe volver una y otra vez, hasta alcanzar la sabiduría.
Un día, ya avanzada la noche, la Sala 1, del Teatro de la Universidad Católica de Chile, estaba completamente vacía, no había función. Las butacas impecablemente limpias recibían la tenue luz de guardia, que hacía ver la sala, más grande que en otras ocasiones, pletórica de risas o lágrimas, o abarrotada de un público, enfervorizado aplaudiendo de pie.
Entramos sigilosamente, al templo de Dionisios, por el costado izquierdo, como de costumbre, en silencio y con un respeto que se desprendía de esa actitud, como si los sátiros estuviesen aguardando, detrás de las cortinas. Nos acercamos hacia el escenario, por una escalera de incendios, mediante la cual, alcanzamos la plataforma, que con leve inclinación, permitía una mejor visión desde distintos puntos del teatro. Afuera llovía copiosamente y los goterones se hacían sentir, con furia, sobre el techo de la sala, el silencio era sordo, la acústica absorbía toda reflexión de sonido, solo la lluvia se oía a lo lejos, interrumpida por nuestros pasos, que se allegaban al centro del escenario. Ramón paseó en silencio, como dando vueltas, cavilando, miró las butacas, las salas de los técnicos, luego miró hacia arriba, se detuvo, abrió los brazos, me miró y dijo: "Esta ha sido mi vida Carlos, toda mi vida la he vivido aquí, en esta sala, sobre este escenario, en este teatro". Hizo una leve pausa y continuó: " Y como decía MOLIERE, aquí me gustaría morir, arriba del escenario".
La lluvia parecía ser, la manifestación de una emoción que nos embargó a ambos. Yo no pude decir nada. Solo admirar a quien había sido mi maestro, mi colega y mi compañero de escena. Todo un honor para un principiante, que no se le secaba ni el ombligo y muy ufanado, decía bien fuerte, -soy actor, trabajo en el Teatro de la Universidad Católica y comparto escena con mi profesor: Ramón Nuñez-.
Hoy, cuando en la radio volvía a escucharse la voz de Ramón, mi mente viajó a esa noche de lluvia, para concluir que merecidamente, como nunca quizás, un premio viene a ser el regalo de los dioses, para un maestro que ha vivido, toda su vida en el teatro. De seguro, esta noche, los sátiros se estarán riendo detrás de las cortinas, esperando a que el bufón, vuelva a subirse al escenario nuevamente.
lunes, septiembre 07, 2009
La Vida Como Milagro
Cuando ingresé a pabellón para ser operado de un repentino desprendimiento de retina, que me había dejado ciego en tres días, el pronóstico era trágicamente fatal. Quedaría ciego y no habría ninguna posibilidad, de recuperar la visión, mediante la alta tecnología láser, existente en nuestro país. Solo un milagro podría revertir el categórico diagnóstico.
Todo había comenzado como una mosca que iba y venía, en mi campo visual, en la medida en que miraba a un lado y otro. Al segundo día era un punto, al tercer día la mitad de la visión, al cuarto día ya no veía. No lo podía creer. Para mí, como fotógrafo, actor y artista audiovisual era, sencillamente la muerte. El final de todo aquello, que constituye la esencia de lo que eres, mas allá de lo que haces, sea profesionalmente o como amateur. La vista como sentido vital de la existencia, se vuelve más necesaria en la medida en que se pierde. En momentos en que la ciencia humana, llega a su límite, nos encontramos nuevamente solos, ante Dios. Como ese día en que casi inconsciente, avanzaste desde el útero de tu madre, hasta la salida y de ahí a las manos de la matrona, para sentir el frío de la vida, una palmada en el culo, para obligarlo a llorar y a respirar. Colgando boca abajo, sintiendo la soledad del mundo, que comienza a abrirse ante tus ojos, dejando atrás la ceguera y la obscuridad del vientre materno. Cuando el dolor se hace agudo, ante el infortunio, estamos nuevamente solos, como en ese momento en que llegamos a este mundo, presagio del momento futuro, donde seremos llamados por Dios a su presencia y estaremos nuevamente, frente a él, desnudos, inmensamente solos.
El abandono a la recuperación de la fuerza de creer, me devolvió la vista. Los milagros existían y se hacían presentes en mi vida. Volví a nacer con los ojos, en un parto largo, de una recuperación interminable, al borde de la desesperación, en la impotencia cotidiana, de no poder ver. Topar con las cosas, botar los vasos, quebrar platos, derramar el agua caliente al servirte una taza de té. Tener que orinar de memoria, aprenderse los pasos hasta la cama, no poder dormir por las consecuencias de la operación y estar boca abajo durante meses. Sentirse desvalido, invalidado por la carencia. Sentirse un estorbo, un paria, al punto de tener que abandonar el lugar donde te estás recuperando. Juntar tus cosas en un bolso, aún sin poder ver, para regresar a tu casa, en medio de una completa soledad.
Hace unos días, me dijeron que tendré que ser operado nuevamente, una catarata me esta dejando nuevamente ciego. La más completa y absoluta soledad vino a mí nuevamente. Caminé cientos de cuadras, tratando de ver, tratando de recordar las formas y los colores, que han poblado mis innumerables fotografías. Busque a alguien para contarle, para desahogarme, para llorar, con los ojos del corazón, pero no había nadie, la soledad era inmensa, entre formas que no se dejaban ver. Pero la vida en su sabiduría me preparó para este momento.
Me posibilitó el año pasado subirme al escenario, aún sin poder ver bien, actuar y hacer música, para un grupo de teatro argentino. Música experimental, con platos, tazas, vasos, ollas, cucharas, tostador y cuanto utensilio, encontré en mi batería de cocina. Fui aclamado y llamado “maestro”, por músicos y actores, venidos de diferentes partes de América Latina y España, y mi alegría se transformó en orgullo.
Hoy, en que nuevamente mi madre, en alguna parte del universo, esta con dolores de parto, me sumerjo en su cálido vientre, para dar gracias a Dios, por tener la posibilidad de vivir la vida, como un milagro.
Todo había comenzado como una mosca que iba y venía, en mi campo visual, en la medida en que miraba a un lado y otro. Al segundo día era un punto, al tercer día la mitad de la visión, al cuarto día ya no veía. No lo podía creer. Para mí, como fotógrafo, actor y artista audiovisual era, sencillamente la muerte. El final de todo aquello, que constituye la esencia de lo que eres, mas allá de lo que haces, sea profesionalmente o como amateur. La vista como sentido vital de la existencia, se vuelve más necesaria en la medida en que se pierde. En momentos en que la ciencia humana, llega a su límite, nos encontramos nuevamente solos, ante Dios. Como ese día en que casi inconsciente, avanzaste desde el útero de tu madre, hasta la salida y de ahí a las manos de la matrona, para sentir el frío de la vida, una palmada en el culo, para obligarlo a llorar y a respirar. Colgando boca abajo, sintiendo la soledad del mundo, que comienza a abrirse ante tus ojos, dejando atrás la ceguera y la obscuridad del vientre materno. Cuando el dolor se hace agudo, ante el infortunio, estamos nuevamente solos, como en ese momento en que llegamos a este mundo, presagio del momento futuro, donde seremos llamados por Dios a su presencia y estaremos nuevamente, frente a él, desnudos, inmensamente solos.
El abandono a la recuperación de la fuerza de creer, me devolvió la vista. Los milagros existían y se hacían presentes en mi vida. Volví a nacer con los ojos, en un parto largo, de una recuperación interminable, al borde de la desesperación, en la impotencia cotidiana, de no poder ver. Topar con las cosas, botar los vasos, quebrar platos, derramar el agua caliente al servirte una taza de té. Tener que orinar de memoria, aprenderse los pasos hasta la cama, no poder dormir por las consecuencias de la operación y estar boca abajo durante meses. Sentirse desvalido, invalidado por la carencia. Sentirse un estorbo, un paria, al punto de tener que abandonar el lugar donde te estás recuperando. Juntar tus cosas en un bolso, aún sin poder ver, para regresar a tu casa, en medio de una completa soledad.
Hace unos días, me dijeron que tendré que ser operado nuevamente, una catarata me esta dejando nuevamente ciego. La más completa y absoluta soledad vino a mí nuevamente. Caminé cientos de cuadras, tratando de ver, tratando de recordar las formas y los colores, que han poblado mis innumerables fotografías. Busque a alguien para contarle, para desahogarme, para llorar, con los ojos del corazón, pero no había nadie, la soledad era inmensa, entre formas que no se dejaban ver. Pero la vida en su sabiduría me preparó para este momento.
Me posibilitó el año pasado subirme al escenario, aún sin poder ver bien, actuar y hacer música, para un grupo de teatro argentino. Música experimental, con platos, tazas, vasos, ollas, cucharas, tostador y cuanto utensilio, encontré en mi batería de cocina. Fui aclamado y llamado “maestro”, por músicos y actores, venidos de diferentes partes de América Latina y España, y mi alegría se transformó en orgullo.
Hoy, en que nuevamente mi madre, en alguna parte del universo, esta con dolores de parto, me sumerjo en su cálido vientre, para dar gracias a Dios, por tener la posibilidad de vivir la vida, como un milagro.
sábado, septiembre 05, 2009
viernes, agosto 14, 2009
Lo Que Nadie Dice
Con la muerte de un comunero mapuche en la Región de La Araucanía, a manos de la policía uniformada: Carabineros de Chile, se abre nuevamente la discusión sobre el imperio del Estado de Derecho en esa zona del país. Muchas voces se han alzado desde ayer, condenando la violencia, como vía de solución, de lo que llaman eufemísticamente el “conflicto mapuche”. Desde la Iglesia, pasando por los voceros de gobierno, mediante el subsecretario del interior, hasta la Presidenta Bachelet . Todos rasgan vestiduras por la quema de predios, de los latifundistas, propietarios de esos terrenos, los atentados contra los camiones de las empresas forestales, el bloqueo de los caminos y las interminables muertes, a manos de la policía. Todos dicen abogar por una solución pacífica, pero nadie, absolutamente nadie, desde los medios de comunicación explica, el verdadero trasfondo de la crítica situación económica, que ha llevado a los pobladores mapuches, a extremar las formas de presión, para la recuperación de sus tierras. Nadie explica, que dichas tierras les fueron expropiadas a sangre y fuego por el Ejército de Chile, durante la administración del Presidente Vicente Pérez Rosales. Operación dirigida y planificada por el Coronel Cornelio Saavedra, quien llevó adelante, uno de los genocidios más grandes que contenga la historia de Ejército Chileno, en contra de niños, mujeres, ancianos y hombres, que sólo defendían, las tierras que les pertenecían por derecho propio, desde sus ancestros, mucho antes de la llegada del conquistador español, Pedro de Valdivia. Nadie explica, que una vez muertos, a cañonazos, bayonetas y metralla, dichas tierras quedaron en poder de acaudaladas familias, mediante resquicios legales, que constituyen en si, un fragrante delito a la propia concepción de la propiedad privada, que nuestra sociedad, se esfuerza tanto en proteger. Nadie explica, que los engañaron, haciéndoles firmar documentos que ni siquiera sabían qué decían, ya que ellos no sabían leer ni escribir español. Nadie dice, que se les sometió por el hambre, dejándolos al margen de toda dignidad humana, al margen de cualquier posibilidad de sobrevivir. Nadie dice, que la zona de la Araucanía registra los mayores índices de pobreza e indigencia en nuestro país. Nadie dice, que los que actuaron en defensa propia, fueron los comuneros y no la policía, al verse agredidos y violentados en lo más sagrado de su cultura, que es la tierra: la Pacha Mama, la madre tierra que los vio nacer y que sin dueño alguno, debe ser resguardada, de quienes la han profanado, en su dimensión más sublime, y han hecho usufructo, de los bienes que ella ha generado, para los Mapuches, los auténticos Hombre de la Tierra ( Mapu= Tierra, Che= Hombre).
Por eso, hoy día, en que nuevamente un hombre de la tierra, cae muerto, por la espalda, con balas pagadas por el Estado Chileno, se revive el genocidio de Cornelio Saavedra. Hoy, cuando miles de mapuches, luchan, como ninguna Etnia, en el mundo, capaz de resistir 500 años, al sometimiento, por la reivindicación de sus derechos. Hoy, que se alza el grito, de una de las etnias más desarrolladas en su cosmovisión, dentro de la culturas precolombinas, nuevamente, sin vergüenza de la sangre mapuche que corre por nuestras venas, en un porcentaje de mestizaje superior al 60%, en medio de un país extranjerizante e ignorante del valor de la cultura de nuestros ancestros. Hoy, gritamos con más fuerza, en mapungún (lengua del pueblo mapuche): MARRICHIWEU: “Una y mil Veces: Venceremos”.
Todos los derechos reservados. © Carvajal Art 2009.
Por eso, hoy día, en que nuevamente un hombre de la tierra, cae muerto, por la espalda, con balas pagadas por el Estado Chileno, se revive el genocidio de Cornelio Saavedra. Hoy, cuando miles de mapuches, luchan, como ninguna Etnia, en el mundo, capaz de resistir 500 años, al sometimiento, por la reivindicación de sus derechos. Hoy, que se alza el grito, de una de las etnias más desarrolladas en su cosmovisión, dentro de la culturas precolombinas, nuevamente, sin vergüenza de la sangre mapuche que corre por nuestras venas, en un porcentaje de mestizaje superior al 60%, en medio de un país extranjerizante e ignorante del valor de la cultura de nuestros ancestros. Hoy, gritamos con más fuerza, en mapungún (lengua del pueblo mapuche): MARRICHIWEU: “Una y mil Veces: Venceremos”.
Todos los derechos reservados. © Carvajal Art 2009.
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Mapuche
viernes, julio 31, 2009
Alza tus Manos
Alza tus manos
y tiende un cielo
Alza tus manos
y tiende un viento
Alza tus manos
y tiende un universo.
Carvajal Art 1991
Este poema lo escribí en la pared exterior de la casa donde crecí. Hasta que consideraron que era un grafitti y lo borraron.
y tiende un cielo
Alza tus manos
y tiende un viento
Alza tus manos
y tiende un universo.
Carvajal Art 1991
Este poema lo escribí en la pared exterior de la casa donde crecí. Hasta que consideraron que era un grafitti y lo borraron.
miércoles, julio 29, 2009
Tus Silencios
Tus silencios son la elocuencia
en la ausencia de la palabra
Tus silencios son quietos
como el agua esquiva al viento
Tus silencios son insondables
como la vastedad de la montaña
Tus silencios hablan por si mismos
en un espacio donde no son tiempo perdido
Tus silencios son la eternidad
en el desvarío de la espera
Tus silencios son el desgarro
del oído atento en la penumbra
Carvajal Art 2009
en la ausencia de la palabra
Tus silencios son quietos
como el agua esquiva al viento
Tus silencios son insondables
como la vastedad de la montaña
Tus silencios hablan por si mismos
en un espacio donde no son tiempo perdido
Tus silencios son la eternidad
en el desvarío de la espera
Tus silencios son el desgarro
del oído atento en la penumbra
Carvajal Art 2009
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Laguna de Aculeo,
Poesía
lunes, julio 20, 2009
martes, julio 14, 2009
La Ciudad de los Fotógrafos
Cuando era un adolescente, mi padre me pedía que fuese a la "bodega", donde estaba el centro de operaciones de la empresa, para diferenciarla de la "oficina", donde estaba el área comercial. En ese lugar ubicado en la zona poniente de Santiago de Chile, funcionaba una gran cantidad de operarios, que dirigidos por mi tío Juan Carvajal Cifuentes, era secundado por otras personas en el manejo de los asuntos logísticos y contables de la empresa. Todas as tardes tenía, después del colegio, que acudir a realizar distintas labores de colaboración en la gestión, atiborrados de trabajo por entonces. Ahí era donde, la conversación sobre temas contingentes, encontraba en Lincoyán Berríos, un gran interlocutor, que me permitía desarrollar, mis secretas labores de colaboración en la Vicaría de la Solidaridad, así como en las actividades que realizábamos tanto en la Iglesia, como en el Colegio, Instituto Alonso de Ercilla, de los Hermanos Maristas. Las conferencias de Puebla, las gestiones del Cardenal Raúl Silva Henriquez y la opresiva situación política, hacían mi deleite, en esas jornadas de tedio, interrumpidas a ratos, por los teléfonos y el sonido de las máquinas de escribir Urdewood. Los encuentros se comenzaron a hacer cada vez más frecuentes, tanto así que Don Lincoyán, asistía con su Sra. a la fiesta de San Carlos en mi casa, como parte del todo el equipo de trabajo ejecutivo, de la empresa.
Un día, que ya no recuerdo bien, Lincoyán no fue a trabajar, nada se supo de él. Un manto de dudas, se dejo caer sobre su amplia sonrisa, el fuerte apretón de manos y una cultura, que me maravillaba.
Otro día, después de muchos años, revisando la lista de los Detenidos Desaparecidos, de la dictadura de Pinochet, encuentro su nombre, sin la certeza de saber, si se trataba de un alcance de nombre o de una realidad, que crispaba el alma.
El año pasado, buscando algún panorama de entretención, junto a mis hijos, llegamos a la Universidad Católica, debido a un azaroso encuentro de mi hijo Juan Eduardo, de un volante que anunciaba, la exibición de la Ciudad de los Fotógrafos. Sin pensarlo dos veces, los convencí de ir a verla, ya que estábamos en el Museo de Bellas Artes, a pocas cuadras y podría ser interesante, como documental sobre la fotografía.
Impactante impresión me llevo, cuando comienza el film y retrocedemos a la década de los ochenta, donde siendo, estudiante de actuación, de la Universidad Católica, luchábamos contra las fuerzas opresivas en la calle, pateando bombas lacrimógenas, o devolviendo el ataque, con piedras y barricadas, por el reeestablecimiento, del Estado de Derecho en Chile, el retorno definitivo de la democracia y el fin de los crímenes, torturas y abusos.
El film, comenzó a revivir en mi retina, miles de imágenes de hechos y lugares, donde yo había estado y de los cuales había sido parte activa.
El relato nos comenzó a sumergir en el horror, de esos años, que la mayoría no quiere recordar, más allá de la música y toda la onda ochentera.
Comencé a revivir momento a momento, cada uno de los tristes episodios que empañaron nuestra existencia. Hasta que en un momento, uno de los fotógrafos comienza a revisitar, la vida de algunas personas ejecutadas, al azar, en su entorno cotidiano. Abre un archivo y muestra una foto y dice: "Aqui tenemos por ejemplo: a Lincoyán Berrios junto a su Sra y sus hijos en la playa".
Los destinos de la vida, nuevamente nos habían cruzado, por medio del dolor y del espanto.
Nada se supo de la suerte de Lincoyán. Se dijo en el informe oficial, que habría sido ejecutado y enterrado ilegalmente en la Cuesta Barriga. Luego de la exhumación ilegal ordenada por Pinochet, conocida como "Retiro de Televisores", donde se encubrió la verdad, dejando en la impunidad, tantos crímenes horrorosos.
Este fin de semana, Televisión Nacional de Chile, volvió a exibir: La Ciudad de los Fotógrafos y nuevamente la emoción embargó mi alma, pensando en tantos y tantos que fueron sacrificados en pos de una idea. Y de los que luchamos, los que nos quedamos acá, que no fuimos exiliados, ni a Paris, ni a Cuba, ni a Alemania, ni a ningún lado. Los que luchamos por un ideal, no para ocupar un cargo, dentro del sistema de poder, que terminó finalmente defendiendo a Pinochet, ante la mirada atónita del mundo, pese a los esfuerzos del valiente juez español, Baltazár Garzón.
Terminó la película y nuevamente unas lágrimas, vinieron a recordar esas tardes en la bodega y las interminables conversaciones, donde arreglábamos el mundo con Lincoyán. Nuevamente, me sentí traspasado por el dolor y la impotencia, ante tanta injusticia. Al igual que ese día, cuando se encendieron las luces, del cine y mi hijo, me tomó la mano y me dijo: ¿ porqué estás llorando papá?. Y yo, entre lágrimas, le dije: "por un amigo, que si no olvidas su nombre, no habrá muerto en vano".
In Memoriam:
Lincoyan Berríos
Ejecutado Político
Detenido Desaparecido, hasta el día de hoy.
Un día, que ya no recuerdo bien, Lincoyán no fue a trabajar, nada se supo de él. Un manto de dudas, se dejo caer sobre su amplia sonrisa, el fuerte apretón de manos y una cultura, que me maravillaba.
Otro día, después de muchos años, revisando la lista de los Detenidos Desaparecidos, de la dictadura de Pinochet, encuentro su nombre, sin la certeza de saber, si se trataba de un alcance de nombre o de una realidad, que crispaba el alma.
El año pasado, buscando algún panorama de entretención, junto a mis hijos, llegamos a la Universidad Católica, debido a un azaroso encuentro de mi hijo Juan Eduardo, de un volante que anunciaba, la exibición de la Ciudad de los Fotógrafos. Sin pensarlo dos veces, los convencí de ir a verla, ya que estábamos en el Museo de Bellas Artes, a pocas cuadras y podría ser interesante, como documental sobre la fotografía.
Impactante impresión me llevo, cuando comienza el film y retrocedemos a la década de los ochenta, donde siendo, estudiante de actuación, de la Universidad Católica, luchábamos contra las fuerzas opresivas en la calle, pateando bombas lacrimógenas, o devolviendo el ataque, con piedras y barricadas, por el reeestablecimiento, del Estado de Derecho en Chile, el retorno definitivo de la democracia y el fin de los crímenes, torturas y abusos.
El film, comenzó a revivir en mi retina, miles de imágenes de hechos y lugares, donde yo había estado y de los cuales había sido parte activa.
El relato nos comenzó a sumergir en el horror, de esos años, que la mayoría no quiere recordar, más allá de la música y toda la onda ochentera.
Comencé a revivir momento a momento, cada uno de los tristes episodios que empañaron nuestra existencia. Hasta que en un momento, uno de los fotógrafos comienza a revisitar, la vida de algunas personas ejecutadas, al azar, en su entorno cotidiano. Abre un archivo y muestra una foto y dice: "Aqui tenemos por ejemplo: a Lincoyán Berrios junto a su Sra y sus hijos en la playa".
Los destinos de la vida, nuevamente nos habían cruzado, por medio del dolor y del espanto.
Nada se supo de la suerte de Lincoyán. Se dijo en el informe oficial, que habría sido ejecutado y enterrado ilegalmente en la Cuesta Barriga. Luego de la exhumación ilegal ordenada por Pinochet, conocida como "Retiro de Televisores", donde se encubrió la verdad, dejando en la impunidad, tantos crímenes horrorosos.
Este fin de semana, Televisión Nacional de Chile, volvió a exibir: La Ciudad de los Fotógrafos y nuevamente la emoción embargó mi alma, pensando en tantos y tantos que fueron sacrificados en pos de una idea. Y de los que luchamos, los que nos quedamos acá, que no fuimos exiliados, ni a Paris, ni a Cuba, ni a Alemania, ni a ningún lado. Los que luchamos por un ideal, no para ocupar un cargo, dentro del sistema de poder, que terminó finalmente defendiendo a Pinochet, ante la mirada atónita del mundo, pese a los esfuerzos del valiente juez español, Baltazár Garzón.
Terminó la película y nuevamente unas lágrimas, vinieron a recordar esas tardes en la bodega y las interminables conversaciones, donde arreglábamos el mundo con Lincoyán. Nuevamente, me sentí traspasado por el dolor y la impotencia, ante tanta injusticia. Al igual que ese día, cuando se encendieron las luces, del cine y mi hijo, me tomó la mano y me dijo: ¿ porqué estás llorando papá?. Y yo, entre lágrimas, le dije: "por un amigo, que si no olvidas su nombre, no habrá muerto en vano".
In Memoriam:
Lincoyan Berríos
Ejecutado Político
Detenido Desaparecido, hasta el día de hoy.
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Cine Chileno,
La Ciudad de los Fotógrafos
sábado, junio 27, 2009
Michael Jackson: Q.E.P.D-.
Mucho se ha de escribir y especular sobre la gran figura del pop. Lo cierto, es que los hombres y su pequeña humanidad, casi siempre son superados por la imagen y el mito que construyen, los imperios de los medios de comunicación. Siempre que un hijo de obrero, llega alto, es susceptible de cuestionamientos y juicios apresurados, mediados por el afán de la obtención de dinero. Le ocurrió al hijo del carpintero de Galilea y a tantos otros. Michael Jackson, no era Michael Jackson, apenas un ser humano que solo quería que lo amasen y que en virtud de ese deseo, se entregaba a la música y el baile, enloqueciendo a las multitudes y enriqueciendo a los poderosos. Nunca los ídolos pueden disfrutar de sus logros, sus vidas están plagadas de infelicidad e infortunio. La fama les llega como una maldición, que los obliga a mantenerse como máquinas de producir dinero para otros, que los alaban y profitan de sus talentos. Ídolos que no se pueden retirar, porque el showbusiness, se lo impide. La figura comienza a devorar al ser humano. ¿Qué queda de ellos, con el paso del tiempo?: solo una imagen, una imagen sonora, una imagen pùblica, una imagen digital. De sus dolores y alegrias, solo un recuerdo vago y difuso, como sus certezas. La máquina del poder de los massmedia, los utiliza hasta el limite de la existencia, obligándolos a seguir, una y otra vez, haciendo el mismo show, no aceptando ni escusas ni ruegos. El show debe seguir. En esa obligatoriedad, se entrama el sufrimiento, en aquello, que por ser su arte, el fruto de su talento, convierte, aquello que los libera, en un verdadero calvario, que los mantiene prisioneros de esa figura mítica, que los sobrepasa.
Horas y horas de ensayos, agotadores hasta el extremo, por esa perfección, que busca el artista, cuando se encumbra, por sobre la genialidad. Horas de ensayo sin descanso, en pos de un público anónimo, que hoy estará llorando la desaparición, de un artista que ya no tiene la obligación de ensayar, que ya no tiene la presión del mercado por superar las ventas, como nadie, en la música pop.
Se han apagado las luces, el show ha terminado para siempre, la gente se ha retirado y el escenario queda nuevamente vacío.
Vete a casa, Michael. Mañana no hay función: descansa en paz.
Horas y horas de ensayos, agotadores hasta el extremo, por esa perfección, que busca el artista, cuando se encumbra, por sobre la genialidad. Horas de ensayo sin descanso, en pos de un público anónimo, que hoy estará llorando la desaparición, de un artista que ya no tiene la obligación de ensayar, que ya no tiene la presión del mercado por superar las ventas, como nadie, en la música pop.
Se han apagado las luces, el show ha terminado para siempre, la gente se ha retirado y el escenario queda nuevamente vacío.
Vete a casa, Michael. Mañana no hay función: descansa en paz.
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