miércoles, abril 02, 2008

Cuadro a Cuadro


Cuadro a Cuadro


 


Desprendido ardientemente de su boca, colgando de sus rojos labios, como en Rouge.


Descendía suavemente por su blusa, hasta encontrar esos frutos, erectos, suaves, levemente bronceados, sobre aquella esquiva arena de algún fotograma, por ahí suelto en un recóndito lugar de mi memoria.


En aquel profundo y curvo espacio, donde la retina, retenía celosamente, los mejores momentos de Fanny y Alexander.


Uno tras otro, aparecían como colgando del perlón, los fotogramas de mi virtual achivo mental.


La tenue luz, también elaborada, a ratos Fassbinder, a ratos Saura, y unos destellos, que emulaban a Ridley Scott cortando, la lenta cadencia de los sonidos, de aquella banda sonora, que se arrastraba, lentamente sobre el alfombrado suelo.


Su jadeante respiración, decidía el ritmo del desprendimiento, como cámara haciendo una descendente grua, sobre su húmeda piel.


Mientras mi olfato buscaba el fin de todo ese trayecto, el laberíntico viaje, en que Kúbrick me había sumido, avanzando lento hasta el orígen de la vida, botón a botón, cuadro a cuadro, su impúdico vello púbico, frondoso, abudante, como el calor que de él emanaba, aparecia como llamaradas de sal, que inundaban mi cara, ahogando mi lengua en un sordo sonido a lo Blue Velvet.


La calle era recuerdo, la escalera era ayer, la puerta, era pasado, el caer de las ropas,el emerger de los cuerpos, desde la obscuridad, al momento en que ya el ojo estaba excitado, era solo presente.


La retina a toda pantalla gigante, como en Sueños de Kurosawa.


Y yo aún como espectador atrasado, en mi soñar, cortado por los haces de luz del proyector.


Como flashes sobre mi cuerpo,mientras buscaba la fila, en el centro del centro.


Ayudado solo por el acomodador, en este obscuro periplo, como lazarillo guiando, con el haz de luz de la linterna, botando nuevamente desde el suelo.


Luego el hundirse en la butaca, y descubrir que ahí estaba nuevamente, ella, desnuda en la pantalla.


Yo impactado, estupefacto, embrujado.


Volvía a verla, una y otra vez.


Ella, sola como un sueño de Lars Von Triers y todo su dogma


De pie, desnuda ante la cámara.


Entonces se producía la magia.


Un mandala se abria ante mis ojos.


Esperando el fotograma preciso donde ella era toda piel y sudor.


Entregada al juego de las pasiones, como en el Imperio de Los Sentidos, que saltaban desde el guión, al capricho absoluto del director.


Comenzaba a buscar nuevamente aquella secreta concordancia, entre su figura en la pantalla y la imagen desnuda ante mi.


Cada reintento de llegar hasta su esencia, era nuevamente hundirse en la butaca,  y abandonarme por entero a esa onírica vigilia .


El lento desvanecimiento de la luces del cielo del cine, anunciaba lo que venía, en medio de la ansiedad porque llegase el momento en que ella sedugiese al lente, y de ahí a mi ojo: ella y su sexo.


El descubrir de la pantalla, simil del desprendimiento de todo vestido, sobre su cuerpo, de toda prenda, ataviada solo de Opium, entrando a horcajadas en la acción.


En unos créditos sobre la cámara que corre por alguna calle de New York, la música llevando el pulso, de aquello que se avecinaba.


Cada latido tras la secuencia, entregado absolutamente, hipnotizado como en Solaris.


Las manos aferradas al placer en el apriete de la sabanas, ese Konchalowsky, dejando que ella fuese mía.


Cuadro a cuadro, siguiendola en todo los planos, en todos los encuadres.


Ella, dejándose caer sobre la trama, yo dejándome caer sobre ella, ensoñado, absorto en el screnn.


Entonces, el proyector y su escaso ruido, desaparecían en mis oídos, y nuevamente, ya era presa, de ese eufórico ritmo, en que las escenas se devenían una tras otra, y el corazón a todo latir, una y otra vez.


Hasta el momento en que el fouyer, aparecía como alegoría de lo verdaderamente real.


La banda sonora aún no terminaba y los créditos me retenían mientras por el pasillo, encandilado regresaba a la nada


San Diego no era la misma, Ruiz y sus hechizos, me la habían cambiado.


Ni que hablar del ojo.


Agónico, exausto, hasta las lágrimas, bisectado con Buñuel y su Perro Andaluz, cegado en la Alameda, a costa de tanto Neón y Tungsteno, aún más irreal.


Podría ser cualquier espacio, cualquier ciudad de Sudamérica.


Quizás La Ciudad de Dios.


Quizás Los Perros de la Calle.


El Normandie había quedado atrás.


Y ella se había desvanecido en el screen.


Nostálgica mi alma, se devatía entre una creciente angustia y y una emergente euforia.


El gusto sediento de bares, llevaba solo mi cuerpo hasta el Jaque Matte, mi alma se había quedado con ella.


El hombre de bigotes, ya leía el profundo deseo, en mi mirada.


Los Estados Alterados, confundían a Herzog, con "lo mismo de siempre".


El salto hacia las profundidades del shop, me hacía emborrachar la memoria, para no recordarla, para no soñarla, para sostener solo la escasa conciencia, de nuestro próximo encuentro, en la próxima función.


Ahora que estoy ciego, de cuando en vez, viajo hacia a mi retina, la recuerdo y la revivo nuevamente.


Como siempre, palmo a palmo, beso a beso, cuadro a cuadro.


 


 


Ojo Ciego 2008


Carvajal Art


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