Mucho se ha especulado respecto a la relación del artista con su obra. Respecto a su importancia, o las características de esta relación biunívoca. Hasta finales del siglo XIX, ambos conceptos parecían ir de la mano, pero con distancia y diferencias, haciendo clara delimitación entre la obra, como producto, y el ser humano que realiza la creación. Incluso avanzado el siglo XX, con las teorías Freudianias, el asunto pareció tener una vuelta de tuerca, al ser separados en el artista, el Ego, el Super Ego. Remedos de la división cuerpo y alma, de siglos anteriores. Como si el artista se pudiese diseccionar, descuartizar en partes, donde residiría su humanidad por un lado y su creatividad por otro.
Con el advenimiento del movimiento dadaísta, en el Café Voltaire en Zurich, en 1913, nace una nueva concepción, que de nueva no tiene nada, sino un retorno a los orígenes, donde el artista y su obra eran uno solo. Existía una unión indivisible entre la forma y el contenido, entre la creación y el creador.
Con el nacimiento del Dadá, ya nada volvería a ser lo mismo. Ni la obra, ni el artista serían uno más importante que el otro. Como categorías dicotómicas de un mismo ser. La obra comenzó a ser el artista y viceversa, el artista comenzó a ser valorado como la verdadera obra. Por lo tanto su intimidad como ser humano, ya no estaba mediada por la representación de sus emociones, sentimientos o pensamientos. La obra sería una extensión del artista, la materialización de su presencia, de su alma. La división entre artista y obra se perdió para siempre dando origen a un arte conceptual, que derivaría en la performance. Una obra que ocurre en el instante, de la cual nadie se puede apropiar, y en la cual el artista está inmerso en su obra. No está distanciado de ella, la contiene. Es así como la vida íntima del artista, se comienza a reflejar cada vez, en forma más progresiva y concreta en la obra. El artista interviene su obra, al punto tal de intervenirse él mismo.
Es así como Marcel Duchamp, atrapa el polvo de su habitación, en Le Grand Ver.
Man Ray comienza fotografiar desde un punto de vista personal, donde lo fotografiado tiene más que ver con él como artista, que con el objeto que fotografía.
De igual manera Jackson Pollock, lleva al extremo la intromisión del artista en la pintura, al sacar la tela del bastidor, ponerla en el suelo y meterse él dentro del cuadro, con un tarro que chorrea pintura, donde sus gestos mínimos de desplazamiento, quedan plasmados tras capas y capas de color, entre línea y línea.
Ya Artuad, había inaugurado esta nueva concepción, desde el teatro de la crueldad, donde su vida comienza a ser la verdadera obra de teatro. Y de ahí al Body Art, producto del movimiento Beatnic, originado por el grupo Fluxus, llevaría a la intervención corporal, a la categoría de obra de arte. En este sentido Andy Warhol, presenta esta propuesta a las masas, dentro de la concepción del Por Art. Cuando es baleado en The Factory y queda en grave estado; considera que eso es una obra en si misma, por lo tanto, a penas sale del centro de salud, desnuda su torso fisurado, por las marcas de las balas, se fotografía y le vende a la revista Vogue, en una imagen en blanco y negro, que es una obra magistral del Pop Art.
Robert Rauchemberg, toma su cama y la instala como cuadro, la cuelga y la pinta, dejando en evidencia que aquello que pertenece al ámbito privado del artista es lo más preciado como obra de arte.
Muchas veces me han insistido sobre la necesidad de conocerme como ser humano, dislocado de mi actividad como artista. Y una vez que rasuré mi torso, para una sesión de fotografía, una amiga ya estaba pidiendo hora al psiquiatra. Hace pocos días, esta polémica personal en relación a mi obra, volvió a suscitar la diatriba: ¿ qué es primero, el huevo a la gallina?. A saber, para todos los que desean conocerme como ser humano, ambos.
Como dijo en una oportunidad mi admirado director de cine alemán Werner Herzog; -Mis películas soy yo-.
De la misma manera, como en el Evangelio se dice: “por sus obras los conoceréis”, la única forma de llegar a conocer realmente a un artista, es a través de la contemplación , análisis, exégesis y goce de su obra. Donde el artista y obra son uno, indivisible e inconmensurables.
Con el advenimiento del movimiento dadaísta, en el Café Voltaire en Zurich, en 1913, nace una nueva concepción, que de nueva no tiene nada, sino un retorno a los orígenes, donde el artista y su obra eran uno solo. Existía una unión indivisible entre la forma y el contenido, entre la creación y el creador.
Con el nacimiento del Dadá, ya nada volvería a ser lo mismo. Ni la obra, ni el artista serían uno más importante que el otro. Como categorías dicotómicas de un mismo ser. La obra comenzó a ser el artista y viceversa, el artista comenzó a ser valorado como la verdadera obra. Por lo tanto su intimidad como ser humano, ya no estaba mediada por la representación de sus emociones, sentimientos o pensamientos. La obra sería una extensión del artista, la materialización de su presencia, de su alma. La división entre artista y obra se perdió para siempre dando origen a un arte conceptual, que derivaría en la performance. Una obra que ocurre en el instante, de la cual nadie se puede apropiar, y en la cual el artista está inmerso en su obra. No está distanciado de ella, la contiene. Es así como la vida íntima del artista, se comienza a reflejar cada vez, en forma más progresiva y concreta en la obra. El artista interviene su obra, al punto tal de intervenirse él mismo.
Es así como Marcel Duchamp, atrapa el polvo de su habitación, en Le Grand Ver.
Man Ray comienza fotografiar desde un punto de vista personal, donde lo fotografiado tiene más que ver con él como artista, que con el objeto que fotografía.
De igual manera Jackson Pollock, lleva al extremo la intromisión del artista en la pintura, al sacar la tela del bastidor, ponerla en el suelo y meterse él dentro del cuadro, con un tarro que chorrea pintura, donde sus gestos mínimos de desplazamiento, quedan plasmados tras capas y capas de color, entre línea y línea.
Ya Artuad, había inaugurado esta nueva concepción, desde el teatro de la crueldad, donde su vida comienza a ser la verdadera obra de teatro. Y de ahí al Body Art, producto del movimiento Beatnic, originado por el grupo Fluxus, llevaría a la intervención corporal, a la categoría de obra de arte. En este sentido Andy Warhol, presenta esta propuesta a las masas, dentro de la concepción del Por Art. Cuando es baleado en The Factory y queda en grave estado; considera que eso es una obra en si misma, por lo tanto, a penas sale del centro de salud, desnuda su torso fisurado, por las marcas de las balas, se fotografía y le vende a la revista Vogue, en una imagen en blanco y negro, que es una obra magistral del Pop Art.
Robert Rauchemberg, toma su cama y la instala como cuadro, la cuelga y la pinta, dejando en evidencia que aquello que pertenece al ámbito privado del artista es lo más preciado como obra de arte.
Muchas veces me han insistido sobre la necesidad de conocerme como ser humano, dislocado de mi actividad como artista. Y una vez que rasuré mi torso, para una sesión de fotografía, una amiga ya estaba pidiendo hora al psiquiatra. Hace pocos días, esta polémica personal en relación a mi obra, volvió a suscitar la diatriba: ¿ qué es primero, el huevo a la gallina?. A saber, para todos los que desean conocerme como ser humano, ambos.
Como dijo en una oportunidad mi admirado director de cine alemán Werner Herzog; -Mis películas soy yo-.
De la misma manera, como en el Evangelio se dice: “por sus obras los conoceréis”, la única forma de llegar a conocer realmente a un artista, es a través de la contemplación , análisis, exégesis y goce de su obra. Donde el artista y obra son uno, indivisible e inconmensurables.